Millones de personas en el mundo sufren de alguna clase de miedo o fobia. La escritora y locutora británica Suzy Klein padece claustrofobia: el miedo a los espacios cerrados
A continuación, relata cómo está luchando para superar este trauma que afecta profundamente su vida.
Falta poco para las 9:00 de la mañana. Es un día de semana y soy una de entre 1.500 pasajeros hacinados en un vagón de metro de la línea Bakerloo, que se dirige al centro de Londres.
Está caliente, maloliente y atestado como todas las mañanas, pero hoy hay algo diferente.
Cuando nos detenemos en un túnel -un hecho común para quienes usan regularmente el subterráneo de Londres- me empiezo a sentir repentinamente mal. Siento hormigueo en mis dedos, mi corazón late aceleradamente y apenas puedo recobrar el aliento. Presa del pánico, temo que me esté dando un ataque al corazón y comienzo a temblar.
Después de lo que parece una eternidad, paramos en la estación de Baker Street y salgo precipitadamente del vagón. Ni bien estoy afuera, empiezo a sentirme mejor.
Lo que acabo de experimentar no es un infarto, sino, como descubro posteriormente, un ataque de pánico. Corresponde a algo que ocurrió hace 20 años, y desde entonces he estado lidiando con mi claustrofobia.
Miedo racional y miedo irracional
El miedo es una parte natural y necesaria de nuestro entramado biológico. Estamos programados para huir de feroces tigres y para sentir temor de caer de un edificio alto o de ser atropellados por un tren.
No necesitamos experimentar todo eso para saber que son amenazas a nuestra vida, el miedo es nuestro disparador para escapar del peligro. ¿Pero qué pasa cuando el miedo comienza a apoderarse de tu vida, imposibilitando las tareas cotidianas?
Me propuse encontrar una respuesta y rápidamente descubrí que, sorprendentemente, hay pocas clases de fobias. Las más comunes son el miedo a lugares públicos (agorafobia) y el miedo a lugares cerrados (claustrofobia). Pero las fobias menos comunes van desde el miedo a las barbas, los botones y los rayos. Todas ellas parecen un poco ridículas para quienes no las sufren. Pero son aterradoras para quienes las padecen.
Conocí a gente con diversas fobias, que han cambiado sus vidas debido al miedo. Entrevisté a dos hermanas con un catálogo de fobias; desde agujas y tomates hasta viajar en avión.
El comediante Phill Jupitus me habló de su profundo temor a las arañas, con el que ha vivido desde la niñez. Una abuela se refirió con franqueza a su amarga decepción por no ser capaz de visitar a un nuevo bebé en la familia, debido al miedo a salir de su casa.
Sus relatos resonaron con una terrible sensación de pérdida de los placeres que no pudieron disfrutar y los sufrimientos que habían soportado.
Inicio de un viaje
El miedo a volar es bastante común en un amplio sector de la población.
También conversé con especialistas, tratando de encontrar sentido a las fobias desde una perspectiva médica. James Lefanu, un médico que ofrece asesoría pública sobre asuntos de salud, me habló de los medicamentos disponibles, como beta bloqueadores, que disminuyen la respuesta suprarrenal y el embate de hormonas de estrés durante un ataque de pánico.
Grupos de apoyo en línea aconsejaron varios libros de autoayuda, meditación e hipnoterapia. Todos estuvieron de acuerdo en que la única manera de curar realmente una fobia es enfrentarla frontalmente: poniéndose uno en la situación que más teme.
Eso estimuló mi sensación de que tenía que enfrentar mi propia claustrofobia, así que tomé un curso de terapia cognitivo-conductual (CBT por sus siglas en inglés). La CBT prometía "recablear" mi cerebro, entrenando mis pensamientos para que no se desvíen en un pánico irracional y hacerme ver más claramente el mundo a mi alrededor.
Después de varias sesiones, y por primera vez en dos décadas, me subí nuevamente al tren subterráneo, al lado de Paul, mi terapeuta.
Sólo puedo imaginar lo que los otros viajeros del metro esa mañana pensaban de mí hablando a un micrófono de lo asustada que estaba, pero lo hice. Me quedé en el tren una hora y media y quedé inmensamente orgullosa de haberlo logrado.
Hoy, todavía me da miedo la perspectiva de quedar atrapada y continúo preocupándome por si lo podré enfrentar. Pero ahora puedo entender que las fobias son bestias complejas y no muy fáciles de matar.
La CBT no fue una cura sino un inicio, y subirme a ese tren fue sólo la primera parte de un largo viaje. Ahora todo lo que tengo que hacer es respirar profundamente… y volver a subir al metro.
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