lunes, 14 de noviembre de 2011

A sus 23 pesaba 98.4 kilos

México, DF.- El quirófano está listo. Son las 8:36 horas. Érika Segundo, de 23 años, aguarda recostada sobre una camilla adaptada para soportar hasta 500 kilos de peso. Está tranquila, al menos eso es lo que dice. “De esta operación espero prevenir enfermedades y combatir mi obesidad”. Pesa 98 kilos 400 gramos y su peso ideal oscila entre los 60.
El equipo de ocho personas, entre cirujanos, anestesiólogos, enfermeras, enfermeros y asistentes se declara listo. El anestesiólogo hace su labor, 10 minutos después Érika ya duerme profundamente.
Continúan con la colocación de una sonda e introducen al cuerpo de ella una aguja encargada de meter bióxido de carbono para que su abdomen se infle y los médicos puedan trabajar. Cinco pequeñas heridas marcan ya la zona de trabajo, a través de éstas se podrán meter los instrumentos de trabajo.
La cámara entra. Para ojos inexpertos no hay distinción, todo se ve color rosa; es el intestino y el estómago, luego unas paredes amarillas recubren gran parte del área a trabajar, es la grasa acumulada en el cuerpo de Érika y que se aferra a sus tejidos. Marcos Castañeda es quien realizará la cirugía; sus manos dirigen pinzas y grapas, otros dos cirujanos lo asisten, son quienes manejan la cámara y están encargados de mantener al hígado lejos de la maniobra.
Da la orden de que se le acerque la engrapadora endógena que tiene la capacidad de cortar y engrapar de manera instantánea el tejido; se escucha un disparo rápido, en el que la engrapadora descarga entre 30, 45 o 60 grapas miniaturas al instante.
El corte está hecho. Ahora Érika tiene dos estómagos, uno con capacidad de 40 mililitros y el otro que jamás volverá a procesar alimento. Las grapas de titanio se quedarán y serán encapsuladas por el cuerpo.
Los cirujanos miden un metro de intestino delgado y ahí realizan un corte que será unido al nuevo pequeño estómago, tras reforzar con hilo cada corte se realiza la prueba final. Azul de Metileno se introduce al cuerpo de Érika para verificar si hay “fuga” a través del intestino y el estómago apenas unidos. La prueba concluye y no hay rastro de color azul.
“Es todo. Terminamos, gracias”, le dice Marcos a su equipo. Son las 11:45 horas. Más tarde Érika despierta. “Me siento bien, sólo tengo mucho sueño”, dice y cierra los ojos; los efectos de la anestesia aún no terminan. Dos días después su semblante es distinto. “Me siento con algunas molestias, pero estoy contenta y tranquila, sé que lo voy a lograr”. Ella permaneció en lista de espera un año, se preparó y hoy la cirugía es una realidad y con ello “la oportunidad de una nueva vida más sana”.

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