domingo, 16 de octubre de 2011

Hotel Mandarin Oriental de Bangkok, una leyenda que se confirma


Bangkok, Tailandia.- Durante el trayecto que va del aeropuerto al hotel Mandarin Oriental, en Tailandia, me quedé dormida en el taxi, quizá por el cansancio de casi 14 horas de vuelo entre el continente Americano y el Asiático, aunado al calor húmedo que emana del río Chao Phraya, en Bangkok .
Cuando desperté, todavía a bordo del vehículo, me pareció que la vida me jugaba una mala pasada, visualicé locales de telas colindantes con joyerías similares a las del centro joyero de Tacuba, junto a refaccionarias de todo tipo. Pensé que me encontraba en la calle de Brasil esquina con Rayón en plena Lagunilla. Sin embargo, los letreros escritos en tailandés me regresaron a la realidad.
El taxista se escabulló tras una barda y sin más, apareció una boutique de Louis Vuiton, señal de que habíamos llegado a nuestro destino. Los miles de cables colgantes hasta casi tocar el suelo, el tráfico agobiante ocasionado por los tuk tuk o moto-taxis como les decimos por acá y el ruido ensordecedor quedaron atrás.
Todavía sin salir de mi asombro me preguntaba cómo era posible que este hotel considerado por muchos “el mejor del mundo” se encontrara en esa locación tan bizarra, pero en cuanto entré saltó a mi paso la respuesta.

Los detalles son la diferencia
Las leyendas se construyen cuando muchas voces repiten una misma historia, es así como el Mandarin Oriental de Bangkok ha ocupado el primer lugar en interminables listas calificadoras del lujo y del servicio de los hoteles en el mundo.
La realidad es que a lo largo de los más de 130 años que marcan su existencia ha prevalecido la calidad de su servicio, por lo que reyes, mandatarios, artistas, escritores, altos ejecutivos y uno que otro turista aspiracional lo queramos conocer.   
Para empezar existe un séquito de empleados enfilados tras la puerta de entrada con el único fin de dar la bienvenida a los huéspedes, lujo innecesario, ya que el inmueble en si mismo acoge a los visitantes.
En el lobby, vestido de blanco, destacan los ventiladores en el techo, los balcones de madera tallados e invadidos por orquídeas trepadoras y ventanas con postigos a la antigua usanza inglesa.
El edificio original del Oriental se conserva incólume, sin embargo, a causa de la demanda surgió una sección nueva que se mimetiza con la tradicional, sin romper el
encanto de un hotel de época.
Las 358 habitaciones hacen alarde del lujo con detalles como el papel membretado con el nombre del huésped que las ocupará; las camas con doseles profusamente decorados no están en discordia con toda clase de lujos contemporáneos como el de la tecnología.

Un remanso de paz
Después de desempacar la maleta y beber una taza de té de jazmín, preparada por el mayordomo personal, alerta las 24 horas para cumplir hasta el mínimo capricho, decidí tomar un masaje en el spa para relajar mis cansados músculos.
Para tal efecto es necesario abordar una barcaza de madera que cruza sigilosamente el Río de los Reyes como se le llama coloquialmente al Chao Phraya, ya que se encuentra en la rivera de enfrente.
El aroma de las flores tropicales lo invade todo, la música, con marcados tonos orientales, crean el ambiente ideal para imbuirse en la filosofía de curación holística del que está catalogado como uno de los mejores spas del mundo.
La casa tailandesa que lo acoge tiene 18 cabinas completamente equipadas y un penthouse exclusivo para tratamientos ayurvédicos, además de contar con clases de yoga impartidas por auténticos yogui de la India.
De  regreso a mi habitación no pude evitar observar que como parte de las instalaciones cuentan con un fitness center totalmente equipado, canchas de tenis y de squash, mismas que nunca estuvieron en mis planes visitar.
Las que sí puse en mi lista de actividades fueron el par de albercas al aire libre, que dejé para cuando regresara de una de las visitas a los múltiples templos que hay en la ciudad y refrescarme del agotador calor.

Comer no es problema
Aunque la comida tailandesa es amigable a la mayoría de los paladares, comer otras opciones gastronómicas no es un problema, pues  el Mandarin Oriental tiene diez restaurantes, algunos en la terraza que se ubica junto al río.
La comida francesa está en Le Normandie; los mariscos se sirven en Lord Jim’s; la cantonesa en The China House y la italiana en Ciao, pero si quiere cocina tradicional tailandesa y disfrutar de un espectáculo cultural nocturno, la opción es Sala Rim Naam.
Una de las mejores experiencias es desayunar los huevos benedictinos en The Riverside Terrace; almorzar un ceviche de pescado con salsa de coco y curry en The Verandah a cualquier hora del día y tomar un Martini inolvidable en The Bamboo Bar.
Es indudable que el sinfín de detalles que coronan cada uno de los servicios del hotel son bien apreciados por los conocedores de la vida sofisticada, pero es también innegable que el servicio es la encarnación de la perfección, el personal siempre sonriente, amable y atento hasta rayar en la exageración. Y si no, cómo explicar a un hombre engalanado con la vestimenta típica de tonos dorado y sombrero rojo que cada que me acercaba al elevador hacía una prolongada caravana en la que al mismo tiempo que me repetía las palabras  “Sha-wa-dika-sha-wa-dika”, a manera de saludo, detenía la puerta y marcaba el piso en el que se encontraba mi habitación, todo sin dejar de sonreír, de pie,  fuera del ascensor.
Quizá por eso personajes como Grace Kelly o Elizabeth Taylor hicieron del Mandarin Oriental, en Bangkok, su lugar favorito, por lo pronto a mi me hizo olvidar lo que fuera de estas paredes se conoce como caos.

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