Poco conocen el verdadero nombre del periodista francés Yvan Salmon (1848-1870), ya que se hizo famoso con su seudónimo, Víctor Noir y por el potencial reproductivo atribuido a su aparato genital (pese a que, hasta donde se sabe, no dejó descendencia). Hijo del relojero José Jacques Salmón y de Josefina Elizabeth Negro, Víctor nació en Attigny, Vosges, y murió asesinado por un familiar de Napoleón III. El crimen causó una estampida de indignación popular: el joven, de 22 años, recibió un disparo cuando quiso mediar entre su jefe, el director del periódico La Marsellesa, y aquel político, que, enojado, desenfundó y disparó a quemarropa.
Aquel violento episodio -si se quiere, protagonizado por figuras menores- parecía condenado a pasar al olvido. Pero sucedió justamente lo contrario. Amédée-Jules Dalou esculpió a Víctor tal como lo vio la tarde en que su cuerpo apareció en las calles de París: tendido boca arriba y con su pene, de respetables proporciones, erecto debajo del pantalón. Sus deudos instalaron la escultura del periodista al lado de su tumba. Y, como no podía ser de otra manera, su prominente erección no pasó inadvertida. Sobre todo porque enseguida corrió la creencia según la cual aquellas mujeres que se animan a besar, frotar o incluso rozar el pene metálico atraerán la fertilidad.
La veracidad de estos relatos, que llegan a alegar la celebración de complejos rituales de apareamiento, se ha comprobado de dos maneras. Permaneciendo lo suficiente cerca de la estatua, donde las muchedumbres hacen cola para tocar o contemplar la abultada (¿o realista?) excrecencia anatómica, u observando con cuidado la oxidación del bronce contra la representación del miembro de Noir. El área en relieve, tanto el bulto, la nariz y la punta de sus botas, presenta un tono reluciente, propio del metal pulido por la erosión.
Al parecer, no sólo es usada con pretendidos fines reproductivos. "De vez en cuando, sobre la bragueta abultada y corroída, aparece, paradojal y sorpresivo, un escarpín celeste o rosa. Pero la insistente mención de Victor en las páginas gay de Internet, muestra que el mito ha sido expropiado y adaptado: tocar íntimamente la estatua de Víctor Noir responde a una superstición más gratuita y placentera que la de garantizar la fecundidad", escribió la ensayista María Moreno.
Las propiedades mágicas de la brillante protuberancia que convoca a centenares de señoras y señores por fin de semana al cementerio Père Lachaise de París tiene que ver con otros condimentos biográficos del periodista. Las mujeres que asisten a su sepultura aducen que, además de bien dotado, el joven recibió el disparo un día antes de su boda. Un rumor que no hemos podido documentar y que queda relegado, por tanto, a los frondosos territorios del anecdotario.
El 10 de enero 1870, Noir, redactor de La Marsellesa, de orientación antibonapartista, había ido junto a un colega a visitar a Pierre Bonaparte, primo de Napoleón III. Bonaparte se había sentido difamado por un artículo de Pascual Grousset y ambos fueron de su parte para fijar los plazos de un duelo. En ese contexto se produjo la discusión donde resultó muerto Víctor.
El crimen desató una masiva reacción popular y creció aún más el clima de agitación antinapoleónica. La prensa republicana exigió juicio al Bonaparte. Pero el Tribunal Supremo lo absolvió, consideró que el asesino había disparado "en propia defensa" (pese a que el joven estaba desarmado) y condenó a tres periodistas, incluido Grousset. Tras la caída del Segundo Imperio, la tumba de Noir se convirtió en un símbolo republicano.
Omar López Mato, autor de la obra "Trayectos póstumos" (2006), refuta algunos mitos de esta historia. Sostiene, por ejemplo, que Noir "era un periodista muy popular, y el escultor era su amigo, quien trabajó ese detalle para acentuar su virilidad". López Mato presenció el ritual de las féminas sobre la tumba de Pere Lachaise. "Es cierto, algunas de ellas se montan y se frotan las partes porque, según dicen, asegura la fertilidad. Pero para mí es más festivo que una creencia real. En Père Lachaise abundan las historias de relaciones sexuales en las tumbas, esta es una más".
Algunos podrán discutir el punto "festivo" a López Mato, ya que vivimos en una sociedad donde creencias aún más increíbles se extienden más allá de las fronteras nuestra imaginación. Tenemos ya peces que hablan en idish o vecinos que rinden culto a meadas de perros; grupos convencidos de que una raza reptiliana gobierna el mundo o ufólogos asustados por un nuevo diseño de sondas alienígenas iguales a bolsas de nylon, a las que llaman Ovnis de Geometría Variable. O sea: el extremo de creencias posibles es ilimitado.
Lo irrebatible es que la refulgente bragueta de Noir seguirá escandalizando a señoras y causando reprobación entre los hombres, más propensos a combatir las supercherías e igualmente reacios a admitir la existencia de semejantes más viriles que sí mismos.
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