Si un animal da un discurso y no estamos viendo dibujos animados, la siguiente racionalización -o la más probable racionalización- deberá ser que estamos ante un caso de posesión demoníaca, un hecho de brujería o una mera fábula. No importa la clase social o el lugar del mundo donde esto suceda. Oír conversar a un mono o a un pescado puede ser causa de asombro. Tanto como considerar bendita una mancha de orina que traza la imagen de Nuestro Señor Jesucristo. O percibir que una mascota aquerenciada en un tribunal rabínico en realidad encarna el espíritu malévolo de un abogado ateo, depravación por la cual merece ser condenado a morir por lapidación.
Según los científicos sociales especializados en religión, el nivel de aceptación de estas creencias, y el de sus interpretaciones, depende en gran medida del sistema de creencias dominante (prosperará allí donde tales circunstancias son consideradas posibles) y conforme a las condiciones objetivas de la comunidad donde se manifiesta el fenómeno (y aquí entran en juego sucesos, conflictos o situaciones relacionadas con la vida política, social, cultural y económica de los pueblos). No importa, entonces, cuán exóticas resulten estas experiencias.
En este mundo la extrañeza de las creencias puede ser ilimitada. Nuestros sesgos perceptivos ante el comportamiento de ciertos animales ofrece buenos ejemplos de ello. ¿Cuál es la creencia más insólita que le podemos atribuir a un animal doméstico o a una carpa candidata a terminar en un plato de la cocina judía?
Que se conviertan en seres con atributos humanos.
* El pasado 1 de junio, en la barriada de Kagiso, cerca de Johannesburgo, Sudáfrica, una turba dio muerte a un mono Vervet, no sin antes cascotearlo, disparale con un arma de fuego e incendiarlo. Según el periódico sudafricano Star, el vecindario dijo que el animal "había estado hablando con la gente". Que el mono era, para más datos, un "brujo parlante" y les traería mala suerte.
* En 2003, un judío jasídico dueño de una pescadería y su ayudante ecuatoriano escucharon a un pez dar un sermón apocalíptico. El pescadero, que interpretó que hablaba en idish y ordenaba rezar y estudiar la Torah, trató de matar al pez, en realidad una carpa de dimensiones regulares, con el cuchillo que usa a diario para preparar pedidos. Pero el animal eludió el machetazo y el pescadero se cortó un dedo.
Estos animalitos no fueron asesinados "por hablar demasiado". Lo fueron porque la creencia en la posesión física por parte de fuerzas espirituales, sumada a las condiciones materiales de las comunidades y las personas, no importa si viven en aldeas o en ciudades, determinan acciones disparatadas a ojos alejados de esas culturas.
El caso del mono en llamas sería anecdótico si hechos de esta naturaleza no fueran parte de una tradición.
"¡Maten a esa bruja!", gritaron los vecinos de Kagiso. Entre ellos estaba Tebogo Moswetsi, un vecino que, pese a haber formado parte de la horda, se arrepintió. El hombre dijo haber seguido al gentío por curiosidad: "Dijeron que el mono hablaba y me pareció increíble", explicó. Cuando el simio trepó a un árbol, fue Moswetsi quien lo bajó. Entonces la gente lanzó piedras, alguien le disparó y otros lo rociaron con combustible para quemarlo. "Me siento culpable. Pero no tuve otra opción", repuso Moswetsi.
Cora Bailey, integrante de la Community Led Animal Welfare, llegó tarde a Kagiso. Todo lo que encontró fue una multitud reunida alrededor de los restos del mono en llamas. Para describir lo que vio, Bailey habló de barbarie, crueldad, superstición y mentalidad de turba. También de condiciones materiales: "La (creencia en la) brujería es alimentada por la falta de conocimiento de que los monos Vervet pueden alejarse de su grupo o resultar desplazados por la destrucción de su hábitat natural".
Que nadie vaya a creer que las experiencias donde se mezclan creencias con reacciones histéricas es cosa de "tribus primitivas". La pescadería del pez que habló del fin del mundo (en realidad del suyo, porque eventualmente el pescadero lo mató y lo vendió) está en Nueva York.
El caso podría haber estado nominado entre los menos creíbles de aquellos años. Pero Zev Brenner, un rabino ortodoxo especializado en medios judíos, entrevistó al pescadero y confirmó que éste realmente creía que el pez habló.
El caso sucedió el 28 de enero de 2003, cuando Zalmen Rosen, un judío de 57 años y dueño de la pescadería, y su empleado, el inmigrante ecuatoriano Luis Nivelo, estaban por cortarle la cabeza a una carpa. Rosen se alejó unos metros y, cuando Nivelo estaba por matar al pez, éste le empezó a hablar en hebreo, o lo que él creyó era hebreo. Rosen confirmó que el pescado dominaba el idish. "Dijo Tzaruch shemirah y Hasof bah, que quiere decir que todo el mundo debe hacerse responsable de sus actos porque el final está cerca", aseguró. El pescado ordenó a Rosen que rezara y que estudiara la Torah. De paso, dijo ser el alma de un vecino de la comunidad jasídica fallecido hace poco, quien solía comprar en la pescadería alimentos para los pobres.
Cuando Rosen quiso matar al pez con un machete, éste logró esquivarlo. Como en un dibujo animado, Rosen se lastimó un dedo y terminó en un hospital. Fue Nivelo quien remató al pescado y lo vendió, seguramente para preparar un Gefilte fish molido con cebolla. "En Ecuador van a creer que estoy loco. Mi mujer no me creía, mi hija de seis años se reía de mí", explicó el ayudante de Rosen. Su patrón le llevó rabinos hispanos que le dieron explicaciones tranquilizadoras. No consiguieron calmarlo: "Para mí era el diablo, no es normal, pero aquí creen que era el ángel de ellos, y yo los respeto".
Medios como The New York Times y la BBC de Londres le dieron al caso entidad noticiosa. Cuando La Nación de Argentina consultó al rabino Zev Brenner, éste interpretó que la repercusión tuvo que ver con el clima prebélico en Medio Oriente y "el interés popular por historias con magia". Dijo que Rosen creía sinceramente en lo que vio y no le pareció que estuviera actuando.
A titulo de curiosidad, Brenner observó que la noticia tuvo más aceptación entre los grupos sefaradíes, que son más místicos. "Según una corriente desprendida del Kabbala, la gente buena y justa puede reencarnar en un pez", explicó. Los jasídicos, en cambio, tienden a ser escépticos. Curiosamente, el judaísmo de Rosen, padre de once chicos, es jasídico. "Nunca podremos saber qué pasó", concluyó Brenner. "Lamentablemente, se comieron la evidencia".
El animal no sufrió, en este caso, más consecuencias que la indiferencia eclesiástica y popular tras haber obrado un presunto milagro en un barrio de la ciudad de Santa Fe, Argentina. Sin embargo, el episodio es parte indiscutida de los grandes hitos de la religiosidad popular.
El 14 de agosto de 2008, un perro callejero orinó contra la pared de un negocio dedicado a los juegos de azar, plasmando una imagen que -para los vecinos- no era sino el rostro de Jesús. Ese mismo día, una procesión se congregó ante el local, se encendieron velas y la sagrada mancha se constituyó en una suerte de santuario al paso.
Algunos vecinos juraron haber visto a la mascota cuando obraba la imagen; otros, más inquisitivos, llegaron a medir la relación entre el tiro de la pata trasera del animal y la altura de la mancha respecto al suelo.
Se habló de un caso de pareidolia, claro, pero la verdad es que Jesús no se aparece cada vez que un perro hace pis. Las condiciones materiales que favorecieron la lectura religiosa de la mancha puede ser relacionado con la grave inundación que sufrió la barriada el 29 de abril de 2003. Varios vecinos entendieron que la Santa Meada (como se llamó al fenómeno) constituía un anuncio de bienaventuranza para la zona, donde la catástrofe se había ensañado con especial ferocidad.
Por aquellos días el barrio sufrió algunos cambios. Por ejemplo, los vecinos aumentaron las apuestas a la Quiniela (sobre todo al 33, la edad de Cristo) y la dueña de la agencia sobre cuya pared se materializó la figura juró que haría lo posible por preservarla.
La nota triste fue la ingratitud social hacia el pichicho. No digamos ya que no hubo interés de la parroquia en impulsar su canonización o mostrar algún gesto de piedad por su alma, ya sabemos que estos asuntos no están previstos por el Evangelio. El punto es que ni siquiera le tiraron un huesito. La actitud fue ingrata ya que, sin su mediación -o su voluntad por vaciar la vejiga-, el milagro no hubiera acontecido.
Esta semana, un tribunal rabínico, en Jerusalén, condenó a muerte a un perro por lapidación: en el canino había entrado el alma de un abogado al que habían maldecido hace veinte años. Eso no fue lo más grave. Según trascendió, el juez rabínico sospechó que estaba ante el espíritu del abogado cuando el animal ingresó en el tribunal de una de las comunidades, en el del barrio Mea Shearim, y éste se rehusó a salir pese a la insistencia de la guardia por echarlo. ¿Cómo supo que era él? El rabino recordó que en ese lugar sus predecesores maldijeron a un famoso buscapleitos secular cuya alma, al fallecer, debía quedar atrapada en ese "animal impuro".
El juez entendió que el cuzco regresaba al tribunal exigiendo su liberación y por eso los rabinos ordenaron "apedrear al animal para expulsar su alma". Si bien la existencia de un fallo judicial fue desmentida por el rabino Levin, presidente del tribunal, según la agencia EFE un guardián confirmó los hechos. "Había salido una orden verbal a un grupo de niños para que lo apedreasen, no como castigo al animal, sino para liberar el alma del abogado que amedrentaba al canino".
Al parecer, no importaba que la liberación del animal implicase su muerte. Con esa acción, los rabinos pretendieron quitar lo que el judaísmo llama dybbuk, el ente espiritual que se ha apoderado de él. Esta creencia no es privativa del judaísmo ortodoxo; cada confesión tiene sus técnicas para conjurar aquello en lo que, según su fe, sucede realmente. Así, los episodios donde se presenta la llamada posesión espiritual se pueden combatir vía exorcismo (catolicismo), liberación (evangelismo) o incorporarse en la liturgia libre de connotaciones negativas (umbandismo y espiritismo).
Para la ciencia médica las posesiones son trastornos psiquiátricos que reciben su correspondiente etiqueta o categoría en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (en inglés Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM-IV).
Pero muchas de estas manifestaciones se dan en sociedades cuyas creencias tienen poco que ver con las patologías mentales y, como los psiquiatras son poco afectos a los aportes de la antropología cultural, no cabe afirmar que la medicina tenga la palabra definitiva, salvo en el caso de enfermedades mejor estudiadas como el síndrome de Tourette y la epilepsia, que en ciertas comunidades aún son equívocamente interpretadas como posesiones demoníacas.
Antes de terminar, digamos que el perro israelí fue condenado. Pero tuvo la astucia de escapar del recinto. Huyó sin culpa: los perros no creen en estas cosas.
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