Courbefy, Francia.- La aldea francesa de Courbefy tiene rústicas construcciones con chimeneas y vigas expuestas, caballeriza, cancha de tenis y alberca. ¿Suena bien, no? Pues está en venta.
La saga de la aldea abandonada es una historia que trata sobre la Francia rural, malos tiempos económicos y esquemas de bienes raíces que salieron mal. Esto ha convertido al alcalde del poblado vecino en una celebridad, cuyas oficina atiende preguntas que llegan de lugares tan lejanos como Qatar y China.
La villa en Limousin, unos 450 kilómetros (280 millas) al suroeste de París, está a la venta porque sus últimos dueños, quienes administraban el lugar como hotel y restaurante de lujo, dejaron de pagar mucho tiempo la hipoteca.
La aldea entera tiene un precio de sólo 300 mil euros (400 mil dólares) casi lo que cuesta un apartamento de un ambiente en París.
Pero no hay ofertas.
Eso significa que la villa caerá en las manos del banco Credit Agricole, dueño de la hipoteca. El banco espera subastarla otra vez y en esta ocasión las probabilidades son más prometedoras: desde que en la prensa se supo que había una villa francesa en venta, Courbefy ha recibido a un enjambre de potenciales compradores, acompañados de curiosos que pasan por ahí.
Hace apenas unos días, más de 50 vehículos se estacionaron en el jardín que sirve como estacionamiento junto a la entrada a Courbefy.
Entre los interesados en la propiedad hay un grupo de amigos que en la universidad prometieron vivir juntos en una comuna, un grupo de retirados que busca un lugar para asentarse, personas interesadas en abrir un centro para discapacitados, otros buscando locaciones para un escenario y estudio de filmaciones.
"Es un verdadero fenómeno mediático, es una locura", dijo Bernard Guilhem, alcalde de Saint Nicolas Courbefy, ubicado colina abajo desde Courbefy. "Es una gran bola de nieve que todos quieren empujar".
Después de todo ¿quién no quiere poseer una villa en Francia?
Bueno, no Credit Agricole en todo caso.
El banco, ansioso de deshacerse de la propiedad, dio a los solicitantes hasta el 1 de marzo como plazo para expresar serio interés dejando un depósito de 330 mil euros (440 mil dólares), por ley 10% más que el precio original. Entonces dará fecha para una nueva subasta.
Más de 100 personas ya se han comunicado a la oficina del abogado de Credit Agricole, Paul Gerardin, con preguntas.
Surgen interesados de todas partes de Francia, Inglaterra, Italia, Bélgica, Estados Unidos, el Oriente Medio y Asia. La secretaria de Gerardin recibe llamadas todo el día desde que apareció la primera historia sobre la villa en la prensa francesa la semana pasada.
Desde entonces, el alcalde Guilhem también se ha visto desbordado, lo mismo haciendo de historiador amateur que de agente de bienes raíces, mostrando los alrededores a potenciales compradores y periodistas. Su foto aparece en los periódicos en París. Su agenda está repleta. Para no ser interrumpido cada 15 minutos, tiene que silenciar su teléfono cuando da recorridos por Courbefy.
Courbefy ha pasado por muchas cosas a lo largo de su historia.
La villa data por lo menos de la época galo-romana, cuando la atravesaba un camino que conectaba a Limoges y Burdeos, de acuerdo con Guilhem.
Fue el sitio de un castillo ocupado por Jeanne d'Albret, madre del rey Enrique IV. A su alrededor hay tres famosos manantiales "milagrosos" cuyas aguas supuestamente tienen el poder de sanar.
La tradición local dice que al inicio de la Guerra de los 100 Años, entre Inglaterra y Gran Bretaña, los habitantes de Limoges contrataron a un mercenario para perseguir a los ingleses que se establecieron en Courbefy.
Pero un de las ironías del moderno giro del destino de Courbefy es que podrían ser los ingleses quienes lleguen a salvar al pueblo. Los británicos acaudalados han llegado en masa a este rincón de Francia en décadas recientes, la mayoría a la región vecina de Dordogne, donde han establecido casas vacacionales y propiedades para retirarse.
La última pareja que vivió en Courbefy se fue a comienzos de la década de 1970, de acuerdo con Rachel Mallefont, quien creció en Saint Nicolas Courbefy y fue a la escuela con niños que vivían "en haut", arriba, como los residentes de Saint Nicolas siempre se refieren a Courbefy.
No era poco común que aldeas enteras fuesen abandonadas en esa época. En la década de 1970, el agua corriente llegó a los últimos rincones de Francia pero muchas personas terminaron viviendo en villas donde conectarse al tendido eléctrico era demasiado costoso y complicado, de acuerdo con Francis Cahuzac, presidente de la Comisión Francesa de Protección de la Herencia Histórica y Rural.
Otras villas fueron abandonadas cuando la agricultura se industrializó y las pequeñas parcelas como las que había en Courbefy no eran apropiadas para la mecanización. Los más jóvenes, por su parte, buscaron una mejor educación y una forma de vida más fácil en pueblos grandes y ciudades.
Muchas de esas aldeas han sido repobladas, a menudo por compradores extranjeros, especialmente británicos y alemanes. Sin embargo, otras todavía languidecen en la oscuridad.
Courbefy siguió por años el viejo camino, pasado por una serie de manos —muchas extranjeras— volviéndose lo mismo un campamento para niños que una propiedad en renta para vacacionar o dar conferencias, que un lujoso hotel y restaurante.
Pero la locura parecía yacer al final de cada camino.
Guilhem dice que las personas que se interesan por la villa siempre parecen ser novatos que se dejan llevar más por su cariño hacia el lugar que por sus conocimientos.
Su más reciente fase empezó a comienzos de la década pasada.
En algún momento de 2008 o 2009, los dueños la abandonaron, indicó el alcalde, quien agregó que tal vez no pudieron con un plan de renovación demasiado ambicioso. Una historia conocida de compras de propiedades a precios altos cuyos dueños son incapaces de seguir pagando los intereses cuando golpea la crisis.
Credit Agricole no respondió a las varias solicitudes para opinar al respecto. Pero Gerardin, su abogado, dijo que la propiedad fue comprada a principios de la década de 2000 y que los dueños dejaron de pagar el crédito unos años después.
En la propiedad, de unas cuantas hectáreas, hay más de una decena de construcciones. Los interiores han sido en su mayoría retirados, no hay cableado, baldosas ni bombillas. Pero todavía hay la descomunal estufa de acero inoxidable del restaurante. El ocasional retrete está manchado y las grandes chimeneas y vigas de madera expuestas hacen que los más escépticos se imaginen qué grandes fiestas o cenas íntimas podrían organizarse aquí.
Guilhem espera algo que produzca varios empleos y dé nueva vida al lugar.
Desde el pueblo vecino, Mallefont también espera que el pueblo reviva. Ella y su esposo Robert van a la misa que se celebra una vez al año en la capilla de la aldea, que data del siglo XII. Dicen que eso seguirá porque la capilla no está a la venta.
Pero también quieren seguir visitando la villa y pasear por sus senderos.
"Verla abandonarla duele", dice Mallefont, de 63 años, mientras mira un álbum con fotos y recortes de papel sobre la historia del área. "Lo único que esperamos es que vuelva a vivir otra vez".
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