Una creencia ampliamente practicada en Islandia dicta que un recién nacido debe recibir el nombre del difunto que visitó en sueños a los familiares del niño, so pena de recibir un castigo por despreciar la tradición.
No parece casualidad que en algún momento de su vida Borges se haya sentido atraído por la cultura islandesa, rica en fábulas, mitologías, leyendas y símbolos que parecen pervivir en la prehistoria más alucinante.
Un buen ejemplo de esto es la manera en que se conciben los sueños en la vieja cosmovisión de Islandia, en cuyo lenguaje hay varias denominaciones para sendos tipos de sueños que por alguna razón parecen significativos para el soñante, sea porque, por ejemplo, parecen un atisbo al futuro (berdreymi ) o porque son ricos en visiones vívidas (draumspa). Una pequeña muestra de lo importante que son las fantasías oníricas en el pensamiento del país nórdico.
Adrienne Heijnen ha publicado recientemente en una revista académica especializada un artículo en que explora un motivo específico del folclor islandés: las visitas que los difuntos hacen a los vivos en sueños, sobre todo para aconsejar el nombre de un bebé que esté en camino. Según Heijnen, es bastante popular la creencia de que el pariente muerto busca a sus familiares en sueños (aðvitja nafns) “para encontrar un tocayo”.
De acuerdo con una encuesta llevada a cabo por el Instituto de Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad de Islandia, 1 de cada 10 islandeses aseguran haber experimentado la visita en sueños de un difunto con el deseo manifiesto de que su nombre lo comparta un niño que todavía no ha nacido. Asimismo, casi un 75% de la población piensa que esto es posible.
“Al nombrar a un recién nacido con la ayuda de un sueño la sustancia puede fluir del muerto al vivo, quienes casi siempre, pero no necesariamente, están genéticamente relacionados”, explica la investigadora.
Además de los familiares directos e inmediatos, algunos islandeses aseguran que el visitante onírico también puede ser un amigo muerto, marineros que naufragaron, vecinos cuya vida terminó en accidentes trágicos e incluso “seres ocultos” (Huldufólk o alfar) que viven en montañas y colinas. Un caso que también participa de esta tradición es el de un niño llamado Gabriel porque según su madre el arcángel homónimo se le apareció en sueños.
La contraparte de esta creencia es que aquellos que se niegan a seguirla y bautizar con este procedimiento a sus hijos, se ganan así un castigo para sí mismos o su descendencia, quizá a morir a manos de aquel cuyo nombre despreciaron.
Sea como fuere, lo irrebatible y evidente es sin duda el inmenso valor que lo sueños tienen para el pueblo islandés, una especie de reflejo -quizá más claro, más preciso, más significativo- de la realidad de la vigilia. Como concluye Heijnen: “En Islandia soñarno se considera un retiro hacia uno mismo, sino una manera de revelar el mundo y relacionarse con él”.
Es una tradición muy interesante...
ResponderEliminarMás allá de ella es muy común nombrar a los bebes con el nombre de algún pariente cercano, como padre/madre o abuelo/abuela, etc.
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