Travis escribió un libro, sigue viviendo en su pueblo, conserva su trabajo y da conferencias sobre su experiencia.
Travis Walton fue, hasta los 18 años, un joven provinciano normal. Casado con una chica de su edad, de su mismo perfil. Se ganaba la vida honestamente como guardia forestal en la reserva natural de Snowflake, en el estado de Arizona.
No era rico ni pobre y su aspecto se correspondía con el del típico norteamericano medio. Había terminado la secundaria recientemente con notas ni buenas ni malas y su diversión era jugar al boliche una vez a la semana con sus amigos.
Sin embargo, algo pasó en su vida y de golpe y porrazo no solo se transformó en una celebridad mundial sino que pasó a ser investigado por el FBI, la CIA, el Pentágono y la Policía de su estado, sospechado de haber urdido una de las más fantasiosas historias de las que se tenga memoria o protagonizado la más increíble de las experiencias que podría haber vivido un ser humano.
Travis movilizó a toda la prensa nacional e internacional y alimentó miles de hipótesis.
Lo real es que nadie ha podido desmentir su historia ni destruir los testimonios de sus colegas, eventuales testigos del comienzo de su odisea.
Todo se inició el 5 de noviembre de 1975 cuando regresaba con sus seis compañeros de trabajar en el bosque, en una vieja camioneta Dodge doble cabina.
La noche caía, hacía mucho frío y Mike Rogers, Ken Peterson, John Goulette, Steve Pierce, Allen Dallis Dwayne Smith y Travis cantaban para hacer más ameno el regreso a casa.
De pronto, detrás de una loma, pasó algo: una luz blanca, casi plateada que caía desde lo alto, iluminó el bosque. Los muchachos, rudos leñadores ancestrales, se sorprendieron, pero siguieron adelante hasta ingresar al cono lumínico.
El motor dejó de funcionar. Mike Rogers trató de darle arranque una y otra vez, pero el motor ni siquiera giraba.
Se asustaron, gritaron y se preguntaron qué estaba pasando.
Travis Walton decidió averiguarlo. Sacó su cabeza por la ventana y miró hacia arriba, observando que la luz provenía de una especie de gigantesca esfera que estaba inmóvil a unos 300 metros de altura.
“¿Qué es eso?”, se preguntó, pero no obtuvo respuesta: sus amigos temblaban de miedo.
“Vamos a ver de qué se trata”, dijo el muchacho, abrió la puerta de la camioneta sin hacer caso a sus colegas que le gritaban: “¬No, nooo...!” y descendió. Caminó unos pasos miró hacia arriba y de pronto, y ante los lamentos de sus compañeros, comenzó a levitar hasta que fue virtualmente tragado por esa esfera suspendida, que cuando engulló a su presa inició un inmediato y descomunal vuelo hacia lo alto, desapareciendo por completo.
Mike Rogers, el jefe del grupo, pidió calma a los otros jóvenes que lloraban de impotencia e incredulidad. Le dio contacto a la camioneta, que esta vez respondió y se dirigieron a toda velocidad hacia el pueblo.
Media hora después de lo sucedido a Travis, detallaban al ayudante del sheriff de Heber, Chuck Ellison, lo que les había sucedido.
El policía llamó de inmediato a su superior, Marlin Gillespie, a quien repitieron el relato.
Gillespie no les creyó y, por ello, decidió interrogarlos por separado, uno tras otro, manteniéndolos en habitaciones aisladas. No encontró contradicciones y en virtud de la solidez de los testimonios, gatilló uno de los más vastos rastrillajes que se hubiesen hecho jamás en la pequeña ciudad de Arizona.
A Walton lo buscaron palmo a palmo, con perros, con rastreadores indígenas, pero no hallaron ni la más mínima pista.
El diario de la localidad publicó la historia y en menos de 48 horas Heber no disponía de ninguna plaza hotelera, ya que habían llegado periodistas de todo Estados Unidos.
Los seis guardias forestales fueron detenidos bajo la sospecha de haber asesinado a Travis, aunque solo estuvieron una noche tras las rejas, ya que al no haber cuerpo y en virtud de la contundencia de sus testimonios, no había evidencias suficientes como para acusarlos. ¿Qué había ocurrido con Travis?
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