La orden de comida de Lawrence Brewer fue tan extravagante que parecía una burla.
Poco antes de que el reconocido defensor de la supremacía blanca fuera ejecutado con una inyección letal el pasado 21 de agosto, ordenó dos bistecs, una hamburguesa triple con queso, una tortilla de huevo con queso, una porción grande de ocra frita, tres fajitas, un litro de helado y una libra de carne a la barbacoa.
No se sabe cuánto de eso se le sirvió o si los nervios le arruinaron el apetito, pero nunca se comió ninguna de esas cosas.
Al día siguiente, el Departamento de Justicia Criminal de Texas atendió la solicitud de un escandalizado senador del estado de Texas para que se le pusiera fin a la tradición de ofrecer una generosa última cena.
De ahora en adelante, a los condenados en Texas se les ofrecerá la misma comida de cafetería que a los otros prisioneros.
Lo que se pierde
Lo que los hombres y las mujeres piden para su última cena refleja cómo vivieron sus vidas y cómo escogen enfrentar sus muertes, y le ofrece a los estadounidenses una conmovedora conexión humana con la gente que han decidido que debe morir por sus crímenes, dicen los académicos y analistas legales.
Como un ritual, la última cena no tiene la intención de consolar a los condenados sino a la sociedad, al suavizar el duro hecho de que se le va a quitar la vida a un ser humano con la plena autorización de la ley, explica Jon Sheldon, un abogado de pena de muerte de Virginia.
Sheldon se ha sentado con tres hombres condenados en la víspera de sus ejecuciones, entre ellos el francotirador de Washington John Allen Muhammad.
"No sé de nadie que se haya comido su última cena", dice.
"En mi experiencia, es improbable que alguien vaya a tener hambre y vaya a querer una cena. O no la ordenan, o la ordenan y no se la comen".
Cuánto y cómo
Algunas de las últimas cenas en Texas - pedidas pero no todas concedidas.
John Wheat, 13 junio 2001: Hígado y cebolla, puré de papas y salsa, leche entera.
Jack Clark, 9 enero, 2001: Un frasco de encurtidos polacos, un trozo de queso, ensalada con vinagreta italiana, hamburguesa con queso, papas francesas con salsa de tomate, jugo de uva.
Oliver Cruz, 9 agosto 2000: Fajitas de carne picante, frijoles, arroz, tortillas de harina, cebollas, tomates, aguacate, banana split, jugo de naranja.
Glen McGinnis, 25 enero 2000: Hamburguesa con queso y lechuga, tomate, tocineta, anillos de cebolla y salsa de tomate.
Clydell Coleman, 5 mayo 1999: Croquetas de salmón, huevos revueltos, papas francesas y galletas.
Jonathan Nobles, 7 octubre 1998: "Eucaristía - Sacramento".
Danny Harris, 30 julio 1993: "La gracia, el amor, la verdad, la paz y la libertad salvadora de Dios".
Florida, que ha ejecutado a 69 convictos desde 1976, presupuesta US$40 por prisionero, y la última cena debe ser comprada localmente.
En Oklahoma, donde 176 hombres y mujeres han sido ejecutados desde 1915, los prisioneros sólo tienen US$15 a disposición para gastar en su última cena y está sujeto a la aprobación de las autoridades de la cárcel.
La cena tiene que comprarse en alguno de los restaurantes de la ciudad de McAlester, donde está la cámara de la muerte, explica Jerry Massie, vocero del Departamento de Correccionales de Oklahoma.
"El personal no la prepara", dice.
El último hombre que ejecutaron allá ordenó una pizza con carne de Pizza Hut y camarones fritos con salsa y hushppuppies -bolas de harina de maíz fritas- de un local de comida rápida llamado Long John Sliver's, cuenta Massie.
El que murió antes de él pidió una pizza grande con pepperoni y salchicha italiana y una gaseosa Dr Pepper grande.
Lo que dice la comida
Un estudio de las solicitudes de comida en Texas entre 1982 y 2003 muestra que los alimentos más populares eran fritos o asados a la parrilla, como hamburguesas, pollo frito o bistecs.
Brewer pidió mucho pero no comió nada.
Eso indica que los condenados desean algo que les recuerde sensualmente por última vez su hogar antes de morir, interpreta Phoebe Elisworth, profesora de leyes y psicología en la Universidad de Michigan.
"La mayoría de los delincuentes son de origen humilde", señala Elisworth, quien ha estudiado la pena capital extensamente.
"Es un recuerdo de algo de la vida de afuera: 'Cuando salíamos a divertirnos, ¿qué comíamos?'".
Un número significativo de reclusos renuncian a la última cena, ya sea por desafiar el ritual o por falta de apetito. O también por razones espirituales: David Clark, ejecutado en Texas en 1992 a los 32 años de edad por asesinato doble, le dijo a los guardias que quería ayunar.
"Tienen otras cosas en la mente", explica Sheldon. "Los prisioneros están cansados de cooperar con estos rituales de la muerte".
El alcohol está prohibido, y las solicitudes de cigarrillos y goma de mascar han sido rechazadas.
"Connotación cristiana"
Estuve ahí con 95 de ellos, quienes se comieron su última cena y murieron. Estuve con ellos cuando llegaron allá en la mañana y me quedé con ellos todo el día.
Les dábamos lo que pedían, si estaba en la unidad. No salíamos a comprar toda clase de hamburguesas o comida mexicana, pero si lo teníamos en la unidad y los auxiliares lo podían preparar, se los dábamos. Si querían una Dr Pepper (bebida gaseosa), yo podía ir al lado a comprarles una.
Muchas veces declinaban.
Sencillamente decían: "No me apetece" o "Me estoy poniendo nervioso, me está dando miedo". Muy pocos -yo diría que menos del 10%- se comían todo lo que les traíamos.
Quienes tenían razones espirituales decían: "A Jesús no le dieron una última cena el día en el que lo iban a ejecutar".
Cuando el sol se empezaba a esconder a las 17:00, sabían que era su último atardecer y su actitud cambiaba.
De ahí en adelante, después de la ducha y la cena, son personas completamente diferentes.
El ritual de la última cena cautiva la imaginación del público porque la actividad de sentarse a comer es algo con lo que los estadounidenses que no han estado en la cárcel se pueden identificar, señala Deborah Denno, profesora de la Escuela de Derecho de la Universidad de Fordham en Nueva York y experta en las leyes de pena capital.
"Hace patente el hecho de que éste es un ser humano que no volverá a cenar como lo haremos nosotros", dice.
"Hay todo un drama asociado con eso. Ésta es su Última Cena. Quizás tiene alguna connotación cristiana".
Texas, con 475 ejecutados, es el estado que ha ejecutado a más personas en el país desde que se volvió a practicar la pena capital en 1976. Su senador John Whitmire dice que la razón que lo llevó a impulsar el fin de esa tradición es moral, no financiera.
Está en vehemente desacuerdo con los críticos que dicen que es miserable y mezquino negarle a los condenados un gusto al final de sus vidas.
"Si uno va a ejecutar a alguien bajo la ley del estado es porque cometió un crimen espantoso, así que yo no estoy interesado en consolarlo", opina.
"Él no le dio a su víctima ningún gusto o última cena", apunta.
En vez de reformar la última cena, las autoridades tejanas deberían preocuparse por la justicia, eficiencia y la constitucionalidad de la pena de muerte allá, opina Richard Dieter, director ejecutivo de la organización de investigación Centro de Información sobre la Pena de Muerte.
"Si la quitan, ojalá también estén considerando qué es lo que sí deberían estar dando: un último abogado es más importante que una última cena".
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