lunes, 19 de diciembre de 2011

La increíble y polémica historia de un submarinista en la II Guerra Mundial

Hace setenta años, el submarino británico HMS Perseus chocó contra una mina italiana cerca de la isla griega de Kefalonia, dando origen a una de las historias de supervivencia más extraordinarias de la II Guerra Mundial, pero también una de las más controvertidas.
Las aguas claras del Mediterráneo eran durante aquellos años una trampa mortal para los submarinos británicos.
Algunos eran bombardeados desde el aire, otros, detectados con sonar y alcanzados con cargas de profundidad, y muchos, quizás la mayoría, destrozados por minas.
Dos quintas partes de los submarinos que se aventuraron en el Mediterráneo fueron destruidos y cuando uno se hundía, se convertía en un ataúd colectivo. Lo normal era que muriera toda la tripulación.
De hecho, durante toda la guerra solo se produjeron cuatro escapes con vida de submarinos británicos que habían sido alcanzados por alguna bomba. El más destacado de aquellos se produjo el 6 de diciembre de 1941, cuando el HMS Perseus se hundió hasta el lecho marino.

Enigma
Como hijo de diplomático, se esperaba de John Capes que llegara en la Armada a algo más que mecánico de bajo rango.
Cuando abandonó su base en Malta a finales de noviembre, el HMS Perseus transportaba a 59 tripulantes y dos pasajeros, uno de los cuales era John Capes, un fogonero de la Armada de 31 años en ruta hacia la ciudad egipcia de Alejandría.
Alto, moreno, guapo y un poco enigmático, Capes estudió en el londinense Dulwich College, y como hijo de diplomático lo natural era esperar que se desempeñara en la Armada como oficial, en lugar de como uno de los mecánicos de menor rango, encargado de vigilar los motores.
En la desapacible noche invernal del 6 de diciembre, el Perseus había emergido a la superficie, a 3 kilómetros de la costa de Kefalonia, para recargar sus baterías, protegido por la oscuridad y preparado para un día más bajo el agua.
Según artículos de prensa que escribió más tarde Capes o en los que contribuyó, estaba descansando sobre un camastro hecho a partir de un lanzatorpedos cuando, sin previo aviso, se produjo una explosión devastadora.
El barco se retorció, se hundió y tocó fondo con lo que Capes llamó una "sacudida espeluznante".
Su camastro se elevó y lo lanzó hasta la otra punta del compartimento. La luz se fue.
Capes intuyó que habían chocado contra una mina. Se dio cuenta de que podía levantarse, alcanzó a tientas una linterna. Con el aire cada vez más irrespirable y con el agua entrando en la sala de máquinas, encontró "una decena de cuerpos destrozados".
Pero eso fue todo lo que pudo ver. La puerta de la sala de máquinas se cerró por la presión del agua al otro lado. "Empezó a crujir por la fuerza de la presión y comenzó a filtrarse el agua", dijo Capes.
Consiguió conducir a la escotilla de escape a otros mecánicos que mostraban signos de vida y se vistieron con un traje de escape, hecho de goma, y equipado con una botella de oxígeno y unas gafas de buceo.
Este equipo solo había sido probado hasta una profundidad de 30 metros. El indicador de profundidad marcaba más de 80 metros, y por lo que Capes sabía, nadie había podido salvarse a una distancia tan grande de la superficie.
De hecho, el indicador estaba roto y marcaba una profundidad 30 metros mayor, pero el tiempo se acababa y cada vez era más difícil respirar.
Inundó el compartimento y con gran dificultad retiró las tuercas dañadas de la escotilla.
Empujó fuera de la escotilla a sus compañeros heridos y antes de salir él mismo, tomó un último trago de su botella de ron.
"Me dejé ir y el oxígeno me elevó rápidamente. De repente estaba solo en la profundidad del mar".
"El dolor se volvió desesperante, parecía que mis pulmones y todo mi cuerpo iban a reventar. Me empecé a marear con esta agonía. ¿Cuánto más puedo durar? me pregunté".
"Entonces, de un momento para otro, salí a la superficie y quedé flotando en la cresta de una ola".
Pero a pesar de haber culminado con éxito el mayor escape de las profundidades conocido hasta entonces, su lucha por sobrevivir no había concluido.
En la oscuridad, alcanzó a ver unos acantilados blancos y se dio cuenta de que nadar hasta ellos era su única opción.

Incredulidad
A la mañana siguiente, dos pescadores le encontraron inconsciente en la orilla de Kefalonia.
Durante los siguientes 18 meses, fue trasladado de una casa a otra para burlar a los soldados enemigos de Italia, que ocupaban la isla.
Perdió 32 kilos de peso y se tiñó su pelo de negro en un esfuerzo por pasar desapercibido.
"Siempre, en un momento de desesperación, algún residente, por muy pobre que fuera, arriesgaba su vida y la de su familia por mi familia para protegerme, en un gesto de patriotismo y solidaridad", recordaría más tarde Capes.
"Incluso hubo una familia que me dio una de sus posesiones más valiosas, un burro llamado Mareeka. Solo me pusieron una condición: tuve que jurar solemnemente que no me lo comería".
Finalmente, fue evacuado de la isla en un barco pesquero en mayo de 1943, en una operación clandestina organizada por la Armada Real británica.
Llegó a Turquía tras un viaje tortuoso y arriesgado de 640 kilómetros y desde allí llegó a Alejandría para volver a retomar su servicio en un submarino.
A pesar de que fue condecorado con una medalla por su escapada, la historia de Cape era tan extraordinaria que mucha gente, tanto dentro como fuera de la Armada, la puso en duda.
¿Estuvo realmente en el submarino? Después de todo, él no figuraba en la lista de personas que embarcaron. Y los comandantes del submarino habían recibido la orden de atornillar desde el exterior las escotillas de escape para evitar que se abrieran en caso de ser alcanzados por una carga de profundidad.
No había testigos y siempre se le consideró un gran contador de historias. Además, modificó algunos detalles de su relato escrito.
Y era difícil creer que el indicador de profundidad marcara 80 metros.
John Capes murió en 1985 pero la veracidad de su historia no fue confirmada hasta 1997.
Tras varias inmersiones en los restos del Perseus, Kostas Thoctarides descubrió el lanzatorpedos en el que dormía Capes, la escotilla y el compartimento exactamente como él los había descrito, y por si fuera poco, la botella a la que dio aquel fortalecedor trago de ron.

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