Este era un viejo, que estaba con su vieja esposa en el registro civil, para anular su matrimonio. El señor juez le dice:
- ¿Se quiere divorciar a su edad?
- ¡Sí!
- ¿Pero por qué?
- Pasa que mi doctor me dijo que podía tener sexo una vez al año, sin que esto me implicara problemas a mi salud.
- ¿Y su esposa no quiere tener sexo con usted?
Y el viejo enojado le dice:
- ¡No, lo que ocurre es que esta desgraciada quiere que desperdicie esa noche de sexo con ella!
ACCIDENTE
Esto es un conductor de camiones que transporta 75 toneladas de nitroglicerina y justo en lo más alto de un puerto se da cuenta de que no tiene frenos y empieza a bajar cada vez más rápido. El camión va derrapando como si fuese una moto, esquivando como puede a los coches que vienen en dirección contraria.
Va trotando todo el rato, porque el firme de la carretera está lleno de baches, y de vez en cuando choca ligeramente con el muro que hay al lado de la carretera. El conductor intenta en vano encontrar algún desvío, y al final el camión se sale de la carretera por una curva que da a un precipicio profundísimo.
El desgraciado conductor intenta quitarse el cinturón de seguridad, pero se ha atascado; mientras el camión va cayendo; se las apaña para cortarlo con una navaja que se le escurre entre los dedos varias veces, porque los tiene llenos de sudor.
Intenta abrir la puerta, pero en uno de los choques contra el muro se ha deformado y es imposible moverla, así que coge el extintor y empieza a golpear el parabrisas; como es de cristal súper resistente le cuesta mucho, pero al final consigue romperlo y salta.
Sin embargo, se engancha con los vaqueros en uno de los hierros; intenta soltarse, pero es imposible, así que se los quita y por fin sale del camión. A pesar de que no ve nada, porque ha perdido las gafas, consigue agarrarse a una ramita. En ese momento, el camión explota con tanta violencia que a su alrededor cae una lluvia de fragmentos ardiendo y se produce una avalancha encima suyo. El hombre aguanta como puede los golpes de las piedras en la cabeza, pero la ramita es demasiado pequeña y se desprende. El camionero baja rodando por el barranco, golpeándose con todas las piedras, casi pierde el conocimiento, hasta que consigue agarrarse a un cardo borriquero y cree estar a salvo; sin embargo, debajo de esa rama hay una colmena. Nuestro hombre es alérgico al veneno de las abejas, pero como no puede soltarse porque la caída sería mortal, aguanta impasible sus picaduras.
Transcurre un rato que le parece una eternidad hasta que oye unos gritos; le dicen que le han visto y que van a llamar a Protección Civil. No hay ningún teléfono cerca, así que tienen que ir hasta el pueblo mas cercano, a 20 kilómetros de distancia; un atasco impide que la ayuda llegue pronto, y cuando llega Protección Civil se dan cuenta de que van a necesitar cuerdas para llegar hasta el fondo para rescatarle, y vuelven por ellas.
El camionero aguanta varias horas bajo el sol ardiente, que le produce quemaduras de tercer grado, pero al final es rescatado. Entonces uno de sus salvadores le dice:
- Gracias a Dios se ha salvado.
- No, gracias a Dios no. Me he salvado gracias a ese cardo, porque las intenciones de Dios estaban bien claras.
Perezoso
En un pueblo, en el que abundaba el trabajo y la comida, un perezoso estaba a punto de morir de hambre.
Se reunieron el alcalde, el párroco, el consejo municipal y el defensor del pueblo, y por unanimidad acordaron enterrar vivo al perezoso; porque para el pueblo sería un desprestigio que alguien muriera de hambre.
Cogieron cuatro orillos, armaron un cajón, metieron al moribundo, y salieron con él rumbo al cementerio.
Una señora preguntó:
- ¿Quién murió?
- Nadie -le respondieron.
- Y entonces ¿a quién llevan ahí? -insistió.
- Al perezoso que lo vamos a enterrar vivo antes de que muera de hambre -le explicaron.
- No, no, no hagan eso -exclamó la señora-, yo con mucho gusto regalo un bulto de panela.
Otra señora regaló 100 gallinas; un señor, puso una carga de arroz, más un bulto de papas; un hacendado donó un barril de leche, 50 arrobas de queso, una carga de plátanos y otra de yucas. Todos, todos, todos los paisanos donaban, donaban y donaban comida por montones. Cuando iban llegando al cementerio desistieron del entierro porque el moribundo ya tenía comida suficiente para 100 años.
El perezoso sacó la cabeza, y preguntó:
- ¿Quién va a cocinar todo eso?
- Pues, usted -le contestaron.
Y el hombre exclamó:
- Entonces… ¡que siga el entierro!
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